Día de septiembre,
acabado el largo verano, veo las flores ya marchitas. Un sol de justicia
entregado y solitario, baila sus rayos con ese carisma tan intenso.
He llegado hace nada,
agradeciendo la sombra de los árboles. El frescor del rellano al entrar, limpio
y perfumado gracias a doña Margarita, me ha aliviado. Es todo un primor de
mujer, activa y vivaracha, un algo mayor, guapa…nunca entenderé el porqué de su
soltería.
Pienso en ti, en tu
encuentro de esta noche, la cena en tu compañía y la sorpresa que te llevo.
¡Sí! Por fin me he decidido, sabes que me cuesta tomar decisiones, me siento
inseguro. Esta es de las grandes y no puedo dejar de sonreír. No dejo de
imaginar tu cara, sé que pondrás gesto de incrédula…tantas veces me lo has
pedido ¡jodida indecisión la mía! Pero está vez es fijo, me voy a vivir
contigo, tenerte a todas horas y no solo en mi pensamiento, mirar la luz de tus
ojos al amanecer, acariciar tu pelo, tocar tu cara, abrazarte sin más, puro
impulso de mi necesidad. ¡Cuánto te extraño ahora! Cuanto te quiero mi niña
preciosa sin igual.
Llevo en mi cara la
sonrisa y tú, ocupando mi pensamiento, deleitando esta imaginación en ti.
Me doy cuenta de un
paquete en el suelo pegado a la puerta, casi tropiezo, creo firmemente que me
nublas. El caso es que no espero nada, debe ser un error, aunque me extraña que
doña Margarita tenga estos tipos de fallos, suele ser muy disciplinada para sus
cosas y sobre todo la de sus inquilinos.
Al asir el paquete leo
mi nombre y compruebo que no hay ninguna equivocación, también observo que no
tiene remite y eso me deja pensativo.
Entro en casa y cierro
despacio la puerta a mi espalda, llevo el paquete en la mano, viene envuelto en
papel de estraza y unos cordeles de hilo de pita con un nudo centrado,
apretado, ceñido en varias vueltas.
Sin desvestirme, ya voy
escaso de tiempo, mi curiosidad va en aumento, ahora me tocará correr un poco,
ya me ducharé más tarde. Eso sí, quiero ser puntual por una vez y recogerla a
la hora indicada.
Marchó a la cocina y
agarro un cuchillo, el mismo utilizado en el desayuno, sigue en la mesa con
todos los restos, soy descuidado para estos menesteres. No recogí
pensando que a la vuelta lo haría. Es una de las cosas, de las tantas cosas que
tengo que empezar a cambiar. Helena es muy organizada y más de un reproche me
he llevado las pocas veces que se ha quedado en casa, además con toda la razón.
Voy hacia el dormitorio,
intento ganar un poco de tiempo con el dichoso paquete en la mano, mi
curiosidad aumenta pero el reloj no se detiene. Me siento en el borde de la
cama, corto el cordel de un tajo certero quedando las solapas separadas y
de frente. ¡Buen trabajo! Pienso…al tiempo que mi curiosidad se va evaporando,
la sonrisa tornándose agria y extraña y, los ojos en un no asimilar lo que contemplaban…son
mis ropas.
El vaquero manido, el
suéter de cuello alto que me regaló Helena, todavía conserva su perfume, suave
como su calida piel, fue un acierto este regalo, siempre que me lo pongo se lo
digo y suele sonreír complaciente de su acierto.
Creo que es una mala
señal, sobre todo al ver el sobre, pequeño y malva, su color favorito. Mis
dedos tantean algo dentro del el, estoy nervioso o asustado, no se lo que es.
Después de leer la escueta nota con un beso lejano y frío, vació en mi mano lo
que hay dentro del sobre. Es el anillo, un regalo muy especial, un sentimiento
puro y claro. Se lo regalé el día que nos declaramos, esa tarde en el jardín,
primavera encendida, testigo mudo de un juramento, sellando nuestro amor
eterno…
Me ha dejado, me ha abandonado
de la manera más amarga, sin derecho a replica. Siento mi alma destrozada, la
mente obtusa, nublada…un suspiro que me ahoga sintiendo todo el amor por ella,
el sustento de mí ser.
Con las lágrimas y el
dolor en mi cara, me dirijo al armario, parece que esté a una eternidad de mi
aun estando enfrente…no soy yo, ni mis manos, ni mi cuerpo, no logro entender.
Cojo una percha, la más
vieja, estos vaquero manidos no merecen otra, el suéter ahora de cuello bajo y
mis recuerdos, deslizo la percha hasta el fondo del armario, a lo más oscuro,
lo más negro de una vida sin vivir, esa que tanto duele…
Cierro la puerta del “ya
no existirá jamás” limpió mis lágrimas, apago la luz de mi llegar, cargada de
esperanza y brillo…
Recostado en la cama,
con el fluido interior de mi dolor, me abrazo a la soledad.
*José Manuel Salinas*
D.R.