domingo, 21 de febrero de 2016

SUEÑOS




Con luz mortecina, típico atardecer de un febrero cualquiera, sentado en la terraza de una cohabitada plaza. 
Agradable ambiente, nada bullicioso, rodeado de un verdor grisáceo, el color de unas plantas separadoras a modo de muro, también ellas vestidas con la requerida paciencia del crudo invierno. 
Dejo viajar la vista hasta donde su agilidad cargada de años le permite, corta es su libertad por estar sujeta a la  vulnerable atalaya del asiento. Superpuestas están mis manos, adheridas, como abrazadas a la querencia de una  unión eterna. Pegadas sin disimulo a la blanquecina porcelana colmada de humeante café. Buscan el calor, efímera estufa a titulo de  simulados guantes.  
Viene a mi memoria la tarde anterior, donde todo era igual. El mismo lugar, la misma mesa inestable, el  idéntico calor errático que reconforta estos  vagabundos guantes prestados e inexistentes para unos dedos torpes. Una película visionada  de nuevo,  derechos reservados de la vida. Una foto en blanco y negro con las huellas del tiempo, salvo por un detalle que sin ser menor, no le veo. 
Afino con el esfuerzo de estos desgastados ojos todo mi entorno, mezclándolos en el trasiego de la mal llamada fauna de domesticados urbanitas. Transeúntes perdidos en sus pensamientos, sumisos, cargados de quehaceres. Cabezas bajas como si de espiar sus culpas se tratara, ruidos y prisas  para llegar a la misma hora, y a ninguna parte. Personas desconocidas y lo peor, ciegas de trato.  
Me embarga una preocupación hasta ahora desconocida, un desazón creciente. Necesito aflojarme  el cuello de la camisa. Me siento inquieto, no paro de moverme. Despechando al frío, noto venir la sombra, el abrigo sin aporte de calor de la soledad no buscada. 
Nunca intercambiamos una frase y, mucho menos tuvimos  una conversación, ni tan siquiera unas palabras.  Nos bastaba un movimiento de cabeza, una sonrisa a modo de unos buenos días o quizá unas buenas tardes. La compañía de nuestros momentos hablaba por nosotros. Los pensamientos, tal vez  similares, de dos personas solas. 
Era una persona mayor, detesto decir viejo. Le notaba cargado de experiencias, huesos trabajados en silencio, donante así mismo de vivencias, de alegrías fugaces y penas perennes. Ahora ya, en la decadencia de la nada. Sin luz de esperanza, su cuerpo maltrecho, recuerdos intermitentes tan borrosos como inseguros, otros tantos imaginados, quiero entender que para su bien, acomodados. Sin el misterio de saber cuando y donde, aunque cercano, acabará todo. 
Tiempo nos dio para fijarnos el uno en el otro, tantas tardes de café callado, de ser islas dentro de nuestro mismo cuerpo; rodeados por todos los lados con las aguas del pensamiento. No existían los movimientos a nuestro alrededor, nuestros oídos como puertos vacíos,  sin atronadoras voces anunciando salida alguna. Solo silencio.  
La gorra calada, vestido con traje sin marca pasado de moda, pero aseado y limpio, muy limpio en su atuendo. Nada destacable, una persona más entre las demás. Desapercibido en el deambular diario de la vorágine de la ciudad.  
Tengo un calor agobiante, nervioso, desenfrenado. No ha venido esta tarde, no ha llegado al puerto común de la existencia, de la amistad anónima, del espejo tantas veces necesitado. 
Me temo que ya no le veré en su andar titubeante, arrastrando los pies mal formados por la edad, cubiertos por unas zapatillas de paño en desuso. Ya no estaré pendiente de la dificultad con la que llevaba su café con leche, poniendo todo su saber para no derramarlo. Ni como miraba de reojo, tal vez avergonzado por su torpeza, cuando dejaba la taza también añeja de porcelana blanquecina. Tenía edad, si, pero sobre todo tenia la dignidad que le daba la honradez de una vida, deseo con todas mis fuerzas, que bien vivida. 
Anochece, el frío invade el alma y en las pisadas que me alejan va el recuerdo de él. Me siento agotado por el miedo, sí, por el helado miedo que deja una sola pregunta a merced de mi conciencia: ¿Vendré yo mañana?  

Vagabundos guantes prestados, tan inexistentes como invisibles para los demás… 

*José Manuel Salinas* 
         20-02-16  





2 comentarios:

  1. Cierto que vamos y venimos por la vida perdidos, siempre con prisas sin reparar que alguién puede necesitar una palabra,una complice mirada,un buenos dias que puede significar tanto para la persona que vive en soledades impuestas y miedos a que pasara mañana,pero vivimos demasiado rapido sin reparar en esas pequeñas cosas que harian feliz a alguien en esa soledad no deseada.

    A mi tampoco me gusta la palabra viejo,es una persona mayor seguramente cargada de dignidad y sabiduria la que le dan los años y pensando con tristeza en un final.

    Esa pregunta final amigo es bien dificil y és él resumen de tú relato.

    ¿ Vendre yo mañana ?

    Besos.ANA

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  2. Esplendido texto y acertada pregunta...
    El paso de los días que a veces nos enriquece en sabiduría támbien nos destruye.
    Un placer leerte querido amigo.
    Reme.

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