Blanco azúcar es el manto del campo
dulces son tus pisadas por largo y ancho.
Dejando las huellas
marcando en huecos
a este corazón que te hace extraños.
Perdida en las tinieblas del desencanto
mojada en la tormenta,
virginal lágrima
de tu llanto.
Desazones y relámpagos,
pequeña ante los truenos
sometida a la luz del cegador fogonazo.
No llores mi niña de impoluto corazón.
Has dado lo más preciado… tu amor,
de las entrañas sacado,
tu cuerpo y razón
base de los sentimientos, de un ser
honrado.
No hagas de mis brazos tú tormento,
de mis palabras,
las dagas y tú lamento.
De mis formas el silencio,
la captura del mal
que bulle desde mis adentros y breve
escapa.
Me arrodillo avergonzado de cobardía,
miedos tapados, excusas al viento.
De inseguridades que marchitan,
desconfianzas en
absuelto.
Hija de un Dios crecido,
en la tierra no tienes igual,
palpitaciones que graban tu nombre
en el músculo que me da vida.
Amor latente, que tengo intacto
corazón prisionero, de mi temor carcelero.
Hay azúcar de caña en nuestras venas,
las dos endulzan, las dos mezclan
las
dos disuelven y es preciado alimento
para este corazón incierto
que late presto
por tu amor eterno…
Ingrata mañana de verde escarcha,
que ante el perdón que brotó de mis
palabras
… contemplé atormentado tu
espalda.
José Manuel Salinas
Rocío Pérez Crespo.