Tan bella y quieta, acurrucada entre cuatro paredes,
acompañada de su inseparable soledad, preparada sin
consuelo;
esperas la oscura agonía de una muerte anunciada.
Callada letanía rezumando en agreste interior, visitadora de
lloroso espasmos…
en intermitencia macabra que marca la ruta de dos mundos.
Son húmedos suspiros que se agrandan con su mal
a ese acomodo de funestas tinieblas.
Rica flor en aroma taciturno, deshojados los pétalos de tu
tiempo gris
en el tallo agrietado, cae el efluvio posado de una vida
sufrida.
Entregada al ocaso, mecida sin amparo al sol de negra noche,
aguardas el retiro amargo como la solitaria estrella despuntada, sin luz.
De unos malnacidos; como guijarros haciendo estorbo, quedas
abandonada.
Desplazada al espacio de nadie, cansados apéndices como
amarillos crisantemos.
Pelo cano, piel arrugada, perdida mirada suplicando la
penitencia no merecida.
Solo te queda el cobijo de la húmeda tierra y, el
pensamiento ayer sostenido en un cuerpo de juventud bendita.
Azucena de blancura extrema, brillo de alma pura, manantial
inagotable de nobleza,
eres tú, ante la donación servil y sin reclamo del pan de tu
boca.
No temas la paz de tu descanso, eres y serás eterno ángel…
*José Manuel Salinas*
D.R.
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